martes, 10 de octubre de 2017

Coherencia, sensibilidad y respeto

Finísimos rulos de madera se forman al rascar el formón la madera de olivo que estoy tallando para construir un estante. Estoy en España. El sonido, el contacto con la madera, el olor de la cola fresca me hacen viajar en el tiempo, veinte años atrás. Marzo de 1999. Primeros días de secundaria en el Instituto Técnico, en Tucumán. Tenía doce años, nuevos compañeros que en el lapso de seis años se convertirían en amigos para toda la vida y ni una pista del Pablo en el que me convertiría años después. Como en todo colegio técnico, además de las teorías a la mañana, teníamos taller a la tarde. Mi curso era grande, de treinta chicos y una chica (la más linda de todo el Instituto), y como el cupo máximo por taller era de quince, desde Avila hasta Kousal empezaron el curso de carpintería y desde Llomplat hasta Nalín, el de herrería. A mi me tocó carpintería. 

Aquel primer día de carpintería llevé todo aquello que me habían dicho que necesitaría: el metro de madera, el lápiz de carpintero gordo y chato y el overol azul que me acompañaría los siguientes seis años, seis años de aprender y aprender cosas técnicas: electricidad, electrónica, mecánica, álgebra, física, química, termodinámica, electricidad, pero ese primer día de carpintería me hicieron lo peor que le pueden hacer a un chico de doce años que le habían prometido jugar con herramientas de verdad: me enseñaron solamente con palabras. 

En el taller de carpintería había una pequeñísima aula con quince sillas, un pizarrón negro de tizas y una ventana gigante, todo muy viejo y construido en madera. Sobre el pizarrón había un cartel que tenía tres palabras. Cada letra había sido impreso en esas hojas con orificios a los lados que se usaban en las impresoras de cinta, que hacían un sonido característico parecido al que hace un grillo drogado. Las hojas estaban amarillas y el formato que hubieron utilizado era uno de esos ridículos de WordArt de Windows 3.1, con suerte. Las palabras eran coherencia, sensibilidad y respeto. 

El maestro Aguirre nos habló de esas palabras. Él era morocho, ojos desconfiados, y voz bajita, nunca se escuchaba bien lo que decía. Todo lo hacía muy lento. Cuando nos dijo que lo más importante que nos iba a enseñar para ser buenos técnicos era lo más importante en la vida, nunca hubiera creído que veinte años después aún recordaría lo que nos contó. La introducción fue larga: "Hoy empiezan a ser otra cosa. Hoy van a aprender a tomar decisiones por sí mismos". No creo que fueran sus palabras exactas, pero estoy seguro que ese fue el mensaje. "Hay cosas importantes que hay que saber antes de saber cualquier cosa. La única forma de ser un buen carpintero, es ser una buena persona". 

Cuando nos habló de coherencia, nos enseñó que uno siempre tiene que ser quien es y que uno no se tiene que dejar llevar por las tentaciones del dinero. Cuando nos habló de sensibilidad nos mostró que lo más importante de la vida es la vida misma y nos contó una historia donde un cliente suyo le encarga que le haca cien sillas de madera, cuesta lo que cueste. Y que vio como quemaba cien sillas de plástico porque su mujer no pudo caminar más luego de que una silla de ellas le dañó la médula espinal al romperse una de sus patas para clavarse en su espalda. Y cuando nos habló de respeto nos dijo que uno nunca sabe quien está al frente, sea niño o viejo, no importa, cada uno tiene una historia de vida que ha moldeado con los cinceles del dolor la personalidad que muchas veces no logramos entender. Mi primera reacción fue la decepción. Yo quería aprender a trabajar la madera, a usar máquinas ruidosas, a ensuciar mi overol azul para volver glorioso, victorioso y adulto a mi casa. Pero aquel día volví limpio y decepcionado. 

Ahora no recuerdo en absoluto como se usaba el gramil, la garlopa o la escofina. No me acuerdo muy bien como era el proceso para afilar el formón o para tallar una caja y espiga, pero no puedo olvidarme de aquellas palabras, coherencia, sensibilidad y respeto. 

Hace poco, cuando en Argentina los docentes hicieron varias semanas de paro pues reclamaban un aumento salarial, le pregunté a mi ex-compañero Nadim si las palabras coherencia, sensibilidad y respeto le recordaban algo. Inmediatamente me dijo "docente". Nos pusimos a charlar un poco y juntos empezamos a recordar al maestro Aguirre y la forma en que nos quería hacer, aunque sea, un poquito, mejores personas. Desde hace unos meses sueño prácticamente todos los días con el Técnico (nombre de pila de mi colegio secundario) y no puedo dejar de pensar en como está todo por allá. Creo que de alguna forma me está llamando, o al menos, me está llamando a no olvidarme quien soy. 

No quiero decir que el mundo actual es una mierda y que nos hace falta un poco más de coherencia, sensibilidad y respeto, esa sería la conclusión más fácil y cobarde. Lo que sí quiero decir es que los caminos de la vida te llevan de acá para allá y al final uno nunca sabe a donde te puede llevar el último desvío que has tomado. En este caso, a mí me dejó cerca de la zona de los recuerdos gratos de secundaria, de las calles de Tucumán aromadas por el azahar en la primavera y de las caras de todos mis compañeros de secundario, al recordar (de nuevo con mi amigo Nadim) la lista de asistencia que nos tomaban cada día a las ocho y cuarenta y cinco de la mañana. No sé donde estarán, pero mi homenaje en esta entrada, es hacia ellos.

Avila, Danielsen, García, Girbau, Gómez ,Gómez Roux, Góngora, Gramajo, Gutierrez, Gutiérrez Falcón, Jeréz Gonzáles, Jiménez, Juárez, Kersul, Kousal, Llomplat, Lucero, Manzanares, Mansilla, Márquez,  Martino, Medina, Medina Oscar, Mendez, Michel, Molina, Monteros, Morales, Moreno, Morhell, Nalin. Un abrazo a todos. 

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